Uruguay, bajo el nuevo gobierno de Yamandú Orsi, retira su apoyo a Edmundo González como presidente electo de Venezuela, desmarcándose de la postura de la administración anterior y optando por una neutralidad que levanta sospechas: ¿es un gesto pragmático o una concesión encubierta al régimen de Maduro?

04/03/2025
Montevideo, Uruguay – En un cambio de rumbo que no sorprende tanto como debería, el gobierno de Uruguay, ahora bajo la batuta del frenteamplista Yamandú Orsi, ha decidido retirar su reconocimiento a Edmundo González como presidente electo de Venezuela.
Así lo confirmó el nuevo canciller uruguayo en una reciente entrevista, dejando claro que el país no respaldará ni a González ni a Nicolás Maduro, aunque no dudó en calificar al régimen chavista como una “dictadura”. La noticia, que marca un quiebre con la postura adoptada por la administración anterior de Luis Lacalle Pou, despierta preguntas incómodas y serias: ¿es esto un ajuste pragmático para navegar el pantano de la política regional o una rendición silenciosa ante las presiones del socialismo latinoamericano?
Durante el mandato de Lacalle Pou, Uruguay había sido uno de los primeros países en reconocer a González como el legítimo ganador de las elecciones del 28 de julio de 2024, basándose en lo que el entonces canciller Omar Paganini llamó “evidencia abrumadora” de su victoria frente a Maduro. Aquella posición, firme y alineada con países como Estados Unidos, Argentina y Perú, reflejaba un compromiso con la defensa de la democracia en una región donde el término suele ser más un eslogan que una práctica.

Sin embargo, apenas asumido Orsi –un presidente de corte progresista con raíces en el Frente Amplio–, la Cancillería uruguaya parece haber optado por un tibio equilibrio: no reconocer a nadie, lavarse las manos y seguir adelante. ¿La excusa? Según el canciller, es hora de “mirar hacia el futuro” en lugar de aferrarse a posturas que, en la práctica, no han cambiado la realidad en Caracas.
Edmundo Gonzalez Vs Maduro

Este volantazo no pasa desapercibido en un contexto donde el régimen de Maduro, pese a su ilegitimidad electoral y su historial de represión, sigue aferrado al poder con el respaldo de aliados como Rusia, China e Irán. Mientras tanto, González, exiliado en España y reconocido por más de una decena de países como el líder que Venezuela eligió, lucha por mantener viva la causa opositora frente a un chavismo que no da señales de ceder.
La decisión de Uruguay, entonces, podría leerse como un guiño tácito a los gobiernos de izquierda de la región –piénsese en Brasil, Colombia o el propio Chile, que también han suavizado su tono contra Maduro– o como un cálculo frío para no quedar aislado en un vecindario donde la retórica democrática a menudo choca con intereses más terrenales.
Críticos dentro y fuera de Uruguay no han tardado en señalar la contradicción: ¿cómo se puede calificar a Maduro de dictador y, al mismo tiempo, negarle el respaldo a quien, según las actas opositoras y observadores internacionales, ganó con claridad las elecciones? Para algunos, esto huele a hipocresía; para otros, a un realismo que raya en el cinismo.
Lo cierto es que el pueblo venezolano, atrapado entre la represión interna y el éxodo masivo, pierde otro aliado en su lucha por recuperar la democracia. Mientras Orsi se acomoda en el sillón presidencial, la pregunta persiste: ¿es esta neutralidad un paso hacia la conciliación regional o una traición disfrazada a los principios que Uruguay alguna vez enarboló con orgullo? El tiempo, y la historia, no serán amables con las ambigüedades.